¿Y ahora qué?

martes, 28 de mayo de 2013

Que no os engañen.

Al igual que para reducir el hambre no hay que darles peces y pan, si no que hay que enseñarles a pescar y a cultivar; para reducir la pobreza no hay que darles dinero, hay que enseñarles a ganarse la vida.

 Sin embargo, parece que este concepto escapa a la vista de mucha gente que, queriendo ayudar y con toda la buena intención del mundo, creen que la solución es redistribuir la riqueza vía impuestos y que a alguien se le puede confiscar la mitad de lo que gana con su trabajo sin su consentimiento, hecho que solo le empobrece ya que podría ahorrarlo, invertirlo o reducir sus deudas.

 Y digo yo: ¿no será mejor solución dejar que se gane la vida sin machacarlo a impuestos? Porque en este país somos así, decimos: ¡vamos a subir los impuestos a las empresas! ¡Que son tan malvadas y que pagan tan pocos impuestos! Entonces suben los impuestos y acaban recayendo sobre el trabajador y sobre el consumidor, pues alguien tiene que pagarlos. Pero la cosa no acaba aquí, ya que decimos todo esto pensando en las grandes empresas que facturan miles de millones y tributan menos que un mileurista, a las cuales una pequeña subida de impuestos le supone relativamente poco; mientras olvidamos al pequeño empresario de la vuelta de la esquina que es al que le afecta directamente en su negocio.

Si a todo esto unimos el más que dudoso uso que se le dan a esos impuestos es cuanto menos para pensárselo. Vale que hay que pagar la sanidad, la educación, las infraestructuras y demás, pero que no nos estafen. Está claro que la intención NO es lo único que cuenta, ya que las buenas intenciones no valen para nada si las consecuencias de llevarlas a cabo empeoran la situación.

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