Jehová o Yahveh, Allah,
Buda, Shang-Di, Kamisama, Inti, Anu, Ahura-Mazda, Ra, Apolo, Zeus o Júpiter, Plutón o Hades, Baco o Dioniso, Shiva, Brahma o Visnú. Si pusiese todos no
acabaría nunca y aún así seguro que me dejaría alguno por el camino. Entre tú y
yo, puedes llamarlo como quieras.
Todos tienen un máximo común divisor y un significado. Se nace,
crece, vive y muere por ellos. Ocurren auténticos milagros gracias a la motivación que imprimen, tanta que
llegan a acabar con la vida de seres humanos. Porque crees en este, porque
crees en el otro, porque crees en varios, porque no crees en ninguno. Porque no
crees en lo que creo yo. Porque otros lo dicen, porque así todo tiene sentido. Porque
eres más rico, más pobre, más feo. Porque tengo baja la autoestima.
No sé si tú, lector de esta humilde opinión, crees en alguno
de los antes mencionados o en ninguno. O si ni siquiera te importa. Da igual.
Las creencias son algo muy personal como para estigmatizarlas o lo que es peor,
prejuzgarte a ti.
Es por ello que me declaro politeísta. Creo en mi madre, en
mi padre, en mis hermanos, en mi familia, en mis amigos, en ella. Creo en las
personas que tienen algo que ofrecer a los demás, que nunca dan menos de lo que
piden y que de su vocabulario han borrado la palabra rendirse. Porque yo, ante todo, creo en la vida.